MAS DE 10 AÑOS APOYANDO Y DIFUNDIENDO LA SALSA

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*** FESTIVAL SALSA AL PARQUE 2023 / PARQUE SIMON BOLIVAR, 3 Y 4 DE JUNIO / ENTRADA LIBRE ***

El coleccionista de un millón de vinilos de salsa


Con el retrato en blanco y negro de un jovencísimo Benny Moré, Jacobo Vargas Torres ubica la aguja del tornamesa sobre el vinilo que incluye uno de sus boleros preferidos, Mucho corazón, original de la compositora mexicana Ema Elena Valdelamar.

Bajo los reflectores de la estancia, la imagen del Bárbaro del Ritmo reverbera como un justo mulato de capilla, que Jacobo interpreta como el alma tutelar de su ambiciosa y envidiable colección de salsa y de ritmos afroantillanos, que él viene acumulando hace más de cincuenta años.

El scratch del diamante, sobre el surco del viejo vinilo, una de sus preciadas joyas en 45 r. p. m., crepita como la sal en el fuego, y a continuación se oye la salva cantarina del príncipe de Santa Isabel de las Lajas. “Las vueltas que he dado en la vida son las mismas que dan los vinilos cuando me dispongo a disfrutar de mi melodía preferida”, dice el curtido empresario musical, que en su juventud se probó como locutor y programador de espacios radiales, al lado de afamadas voces como las de Jaime Ortiz Alvear y Miguel Granados Arjona, el recordado Viejo Mike.

Oriundo de Moniquirá, Boyacá, Vargas Torres fue fundador con su hermano Pedro de las casetas de venta de música de la avenida 19, en el centro de Bogotá, La Esquina del Movimiento y Top Musical, donde se proveían melómanos, coleccionistas y programadores radiales.

Desde niño demostró que estaba signado para el comercio. A los 5 años se iba a la piscina municipal con un canasto de empanadas y una garrafa de masato que preparaba su mamá para ofrecerlos a los bañistas, y vendía todo. Más crecido, a escondidas, le dio largas a la aventura, de flota en flota, y fue a parar a San Antonio del Táchira. De sus ahorros, y con lo que había ganado en oficios varios de su correría, se compró un tocadiscos, ese aparato providencial que marcaría su destino para siempre.

A su regreso a Moniquirá, Pedro, su hermano mayor, que residía en Bogotá, pactó con sus padres para llevarlo a la capital con el propósito de que estudiara, pero Jacobo estaba negado para las aulas, porque en él prevalecía la disposición por ganar dinero, y más cuando llegó a su nuevo hogar, en el barrio Germania, y advirtió que Pedro era un hábil comerciante de música.

Jacobo apenas despertaba a la adolescencia, y para su suerte, contaba con su hermano como apoderado en el negocio musical, que por esa época hervía en San Victorino, en la famosa y concurrida calle 13 con carrera 13, que inspiró el sonado porro de Pedro Laza y sus Pelayeros.

En esa transitada y bulliciosa 13 con 13 de la Bogotá de los 70, Jacobo se inauguró con 400 álbumes dispuestos en tres cajas de madera. En una mesita acondicionó un tocadiscos. Cuando su hermano regresó al final de la tarde, este joven había vendido 200 discos. Pedro –cuenta Jacobo– quedó sorprendido, le dio un abrazo, lo felicitó “y se fue por más mercancía para abastecer el chuzo”.

La música que más pedían era tropical, boleros y del recuerdo –ilustra Jacobo–. A mí me gustaba la salsa y la sabía promocionar, porque era curioso con las notas que venían escritas en el revés de las carátulas. Las aprendía de memoria, y con esa literatura cautivaba al comprador que preguntaba por un disco en especial, y terminaba llevando dos, tres, hasta una docena, porque yo se los amarraba a punta de verbo, y en el tocadiscos, con lo mejor de cada álbum”.

Luego vendría la fiebre por los micrófonos, las buenas migas que hizo con el Viejo Mike –que emitía su programa Rincón costeño en una oficina aledaña a la 13–, y la apertura, con su hermano Pedro, de las primeras casetas de música (también de libros), en la concurrida avenida 19.