Nueva York, 1968. Una metrópoli con diversas influencias culturales, gente llegada de todos lados. Luce la última tecnología en sus vitrinas, los autos más modernos recorriendo sus calles, altos e impresionantes edificios, moda que marcaba tendencias mundiales y ciudadanos caminando por amplias avenidas, donde no parecía importar nada más que mantener un estilo de vida individualista y pragmático, bajo los luminosos avisos de Times Square.A pesar de esta imagen tan cinematográfica como impertérrita, ese mismo año Estados Unidos se preparaba para despedirse de Lyndon Johnson y recibir a Richard Nixon, y en el camino el país vería pasmado los asesinatos de Martin Luther King y Robert Kennedy. Una nueva América se cocía detrás de las postales idílicas. Vietnamno tenía cuándo parar y los movimientos estudiantiles y las protestas sociales estallaban por todos lados. En California se vivía aún la efervescencia del Verano del Amor y los estudiantes de Berkeley se levantaban ante la guerra y la injusticia. El Festival de Monterrey había sido un éxito el año anterior, y músicos y bandas como The Who, The Doors, Janis Joplin o Jimi Hendrix cambiaban el mundo a su manera. En Chicago, la Convención Demócrata también había sido un disparador de importantes revueltas, transmitidas por televisión. El mayo francés estaba fresco.
Mientras, en la costa este, la contracultura que emergía del Greenwich Village neoyorquino hablaba un lenguaje con Bob Dylan de día, y de noche, otro, con Lou Reed y Velvet Underground tramando oscuras ceremonias. Al mismo tiempo, en los barrios latinos bullía una escena musical diferente, intensa, colorida, con una personalidad y comportamiento propios, que entre instrumentos de cuerdas, teclas, vientos o percusión, y su propio y sensual baile, se abría paso en una ciudad hostil para los migrantes. Este sería solo el primer episodio de las vidas paralelas del rock y los ritmos latinos: aunque aparentemente distintos, se alimentarían mutuamente, con grandes resultados, a lo largo de los setenta. Santana fue una muestra de ello. “La Fania All-Stars es a la salsa lo que los Rolling Stones es al rock”, anota el periodista y escritor Eloy Jáuregui en su libro ‘Pa’ bravo yo. Historias de la salsa en el Perú’.
La rumba me está llamando
“Lo que nosotros, con el tiempo, esperamos que suceda, es que este mensaje de amor y unidad llegue por todo el mundo y nuestra música y cultura latina salgan también”, dice Ray Barretto en el documental ‘Our Latin Thing’, o ‘Los bravos de la salsa’, de 1972. Dirigido por Leon Gast (ganador del Óscar por otro documental, ‘When We Were Kings’), mostró de manera absolutamente natural el desenvolvimiento de los sonidos y la escena musical de esos barrios donde dominicanos, cubanos, puertorriqueños y sus descendientes —conocidos como nuyoricans— eran los verdaderos reyes de la noche, la alegría y el movimiento. A pesar de todas sus carencias y de su propia violencia doméstica y callejera, esa comunidad no dejaba de bailar y cantarle a la vida. Y esta vida había nacido del danzón, el son cubano, el son montuno, el mambo, el bolero, la guajira, el chachachá, la guaracha, el jazz afrocubano, la rumba, el ‘boogaloo’, la pachanga y el guaguancó. Eso, aunque filmes como ‘West Side Story’ (1961) o ‘Saturday Night Fever’ (1977) nos propusieran otra visión de la comunidad latina en Estados Unidos.
En 1968 el término salsa aún no se había generalizado para nombrar a la reunión de esos ritmos. La disquera Fania, nacida en 1964, fue la principal responsable del éxito del género, que desbordó en el Harlem latino, también conocido como El Barrio, además de Brooklyn y el lado sur del Bronx. Pero eso no sucedió de inmediato, fue un proceso. Aún estaban frescos algunos discos considerados cumbres del género, como ‘Cañonazo’ (de Johnny Pacheco, el primero del catálogo Fania), ‘El malo’ (primero de Willie Colón con Héctor Lavoe), ‘Heavy Smokin’’ (primero de Larry Harlow), Acid (debut de Ray Barretto en la disquera) y otro más de Johnny Pacheco —un preludio de lo que vendría—, ‘His Flute And Latin Jam’, la primera ‘jam session’ —o “descarga”— que se grabó en la disquera. Antes de Fania All-Stars nada hacía presagiar que una impensada reunión de líderes de las orquestas del sello marcaría un punto de quiebre en la historia de la música latinoamericana.
‘Échale salsita’, cantada en los años treinta por el cubano Ignacio Piñeiro, es considerada por expertos como la primera composición que usa el término salsa, aunque el género pícaro, rebelde e híbrido que bailamos y cantamos hoy es otra cosa más sabrosa.
En 1954, un grupo de nacionalistas puertorriqueños, encabezados por Lolita Lebrón y Rafael Cancel Miranda, ingresaron a la Cámara de Representantes de Estados Unidos disparando al grito de “¡Viva Puerto Rico libre!” e hiriendo a cinco senadores. Esto aumentó la segregación y la hostilidad contra la minoría. Apenas 14 años después, Puerto Rico era libre a su manera, levantando la voz y el volumen en Nueva York, a calles del corazón financiero de ese país.
“Había una explosión sociocultural fuerte en ese momento, y la música era la reafirmación de su identidad latina en un ambiente hostil —nos dice Omar Córdova, creador de las fiestas Descarga en Perú y gran conocedor del género—. Además de ser el antecedente principal del ‘boom’ de la salsa, la Fania All-Stars marcó una revolución cultural”. Para Eduardo Livia, melómano y director de radioelsalsero.com, “gracias a sus canciones, que no solo hablaban de baile y de gozo, sino de trabajo y vida dura, fueron el vehículo de comunicación ideal para interpretar el pensamiento del joven latino migrante de los setenta”. Quítate tú, pa’ ponerme yo.
En 1954, un grupo de nacionalistas puertorriqueños, encabezados por Lolita Lebrón y Rafael Cancel Miranda, ingresaron a la Cámara de Representantes de Estados Unidos disparando al grito de “¡Viva Puerto Rico libre!” e hiriendo a cinco senadores. Esto aumentó la segregación y la hostilidad contra la minoría. Apenas 14 años después, Puerto Rico era libre a su manera, levantando la voz y el volumen en Nueva York, a calles del corazón financiero de ese país.
“Había una explosión sociocultural fuerte en ese momento, y la música era la reafirmación de su identidad latina en un ambiente hostil —nos dice Omar Córdova, creador de las fiestas Descarga en Perú y gran conocedor del género—. Además de ser el antecedente principal del ‘boom’ de la salsa, la Fania All-Stars marcó una revolución cultural”. Para Eduardo Livia, melómano y director de radioelsalsero.com, “gracias a sus canciones, que no solo hablaban de baile y de gozo, sino de trabajo y vida dura, fueron el vehículo de comunicación ideal para interpretar el pensamiento del joven latino migrante de los setenta”. Quítate tú, pa’ ponerme yo.
Y ahora vengo yo
“We present you here, in the Red Garter, the most wonderful place in the village, ¡The Fania All-Stars!”, dijo el célebre DJ y maestro de ceremonias Symphony Sid como preludio a una dosis de ‘latin soul’, que era el término que más se aproximaba para describir, en aquellos años, la amalgama de ritmos que la orquesta realizaría aquella noche de 1968. El Red Garter era un pequeño local neoyorquino manejado por Jack Hook y Ralph Mercado, un nombre clave en la historia del sello Fania. Sus cabezas, Johnny Pacheco y Jerry Masucci, celebraron la presencia de 800 personas como un resultado más que alentador.
De este modo, los principales líderes de las orquestas del joven sello Fania —Johnny Pacheco, Ray Barretto, Larry Harlow, Willie Colón, Bobby Valentin, Joe Bataan, Monguito Santamaría, Louie Ramírez, Bobby Quesada y Ralph Robles— y los amigos que llevó cada uno: Pete ‘Conde’ Rodríguez, Adalberto Santiago, Orestes Vilató, Héctor Lavoe, Ismael Miranda, José Mangual Jr., entre otros, tocaron por primera vez juntos como Fania All-Stars, teniendo como invitados a Eddie Palmieri, Tito Puente y Richie Ray.
De este modo, los principales líderes de las orquestas del joven sello Fania —Johnny Pacheco, Ray Barretto, Larry Harlow, Willie Colón, Bobby Valentin, Joe Bataan, Monguito Santamaría, Louie Ramírez, Bobby Quesada y Ralph Robles— y los amigos que llevó cada uno: Pete ‘Conde’ Rodríguez, Adalberto Santiago, Orestes Vilató, Héctor Lavoe, Ismael Miranda, José Mangual Jr., entre otros, tocaron por primera vez juntos como Fania All-Stars, teniendo como invitados a Eddie Palmieri, Tito Puente y Richie Ray.
Pase lo que pase, sigo mi son
“¡Ali Bumayé! ¡Ali Bumayé! ¡Ali Bumayé!”. Era un grito que se oía por todas las calles de Kinshasa (hoy República Democrática del Congo) en septiembre de 1974, cuando un evento deportivo y cultural sin precedentes llegó a interrumpir el tedioso caos y la necesidad social en la que se encontraba el país, sometido a la cruel dictadura de Mobutu. Aunque para sus huestes “¡pan y circo!” era un axioma tan necesario como para el productor Don King llenarse de dólares, el impacto que tuvo la celebración de la pelea por el título mundial de los pesos pesados de box entre Mohamed Ali y George Foreman —llamada “del siglo”— fue enorme.
Pero el box no era el único atractivo. Zaire 74, un evento previo realizado entre el 22 y el 24 de setiembre de ese año, serviría como pretexto para que músicos afroamericanos como James Brown y B. B. King tuvieran contacto con sus raíces. En ese contexto, también se decidió la aparición de una orquesta que representara la expresión de un sabor latino capaz de superar cualquier frontera. Por eso, cuando Celia Cruz apareció al frente de la Fania All-Stars, su “Químbara-cumbara-cumba-quimbará” se transformó en una arenga de libertad, pasión y espontánea alegría que hizo bailar a más de 80 mil personas presentes en el Stade Tata Raphaël sin importar el idioma, el color o la nacionalidad. Sus gritos (“¡Azúcar!”) y el baile de Pacheco dirigiendo la Fania se hicieron inolvidables.
Por eso, cuando sus compañeros —Lavoe, Ismael Quintana, Santos Colón, Ismael Miranda— cantaron ‘Guantanamera’, quedó claro que ese era el hombre negro que salió del continente como esclavo hacía siglos, y que volvía exitoso, sonriente y bailarín.
Ya antes de este gran evento hubo una fecha considerada por muchos “el día que se inventó la salsa”. Fue el 26 de agosto de 1971 en el Cheetah de Nueva York, ante cuatro mil personas. Poco después, la relación entre la salsa y el rock volvía a quedar evidente, cuando Larry Harlow publicó su ópera salsa ‘Hommy’, en 1972, un disco que contaba la historia de un niño ciego, sordo y mudo pero con un increíble talento para la percusión. Una respuesta evidente a ‘Tommy’, la ópera rock de The Who de 1969. En agosto de 1973 reunieron a 45.000 personas en el Yankee Stadium. “Este concierto revolucionará el negocio de la música como lo hicieron los Beatles a comienzos de los sesenta y Woodstock en 1969”, había dicho Masucci, anticipando el éxito. Y siguieron rompiendo récords. Ese mismo año volaron a Puerto Rico para tocar en San Juan. En 1976 grabaron por primera vez en estudio. El disco ‘Tribute to Tito Rodríguez’ es también el debut de Rubén Blades con la banda. Luego llegaron a Londres, París, Barcelona, Tokio y Yokohama. En 1977 fue el célebre concierto en el Madison Square Garden junto a Ismael Rivera, Maelo.
Con la llegada de los ochenta llegó una época de declive, menos grabaciones, menos conciertos y algunas renuncias en el camino por distintas inconformidades y problemas con las regalías. Aunque en 1994 celebraron los 30 años de la disquera y el 2011 llegaron a Lima por primera vez, el mundo que alguna vez quisieron cambiar había cambiado también. Felizmente, antes de eso, Héctor Lavoe, Rubén Blades, Willie Colón, Richie Ray, Bobby Cruz, Eddie Palmieri o Cheo Feliciano habían dejado grandes momentos en Perú.
Pero el box no era el único atractivo. Zaire 74, un evento previo realizado entre el 22 y el 24 de setiembre de ese año, serviría como pretexto para que músicos afroamericanos como James Brown y B. B. King tuvieran contacto con sus raíces. En ese contexto, también se decidió la aparición de una orquesta que representara la expresión de un sabor latino capaz de superar cualquier frontera. Por eso, cuando Celia Cruz apareció al frente de la Fania All-Stars, su “Químbara-cumbara-cumba-quimbará” se transformó en una arenga de libertad, pasión y espontánea alegría que hizo bailar a más de 80 mil personas presentes en el Stade Tata Raphaël sin importar el idioma, el color o la nacionalidad. Sus gritos (“¡Azúcar!”) y el baile de Pacheco dirigiendo la Fania se hicieron inolvidables.
Por eso, cuando sus compañeros —Lavoe, Ismael Quintana, Santos Colón, Ismael Miranda— cantaron ‘Guantanamera’, quedó claro que ese era el hombre negro que salió del continente como esclavo hacía siglos, y que volvía exitoso, sonriente y bailarín.
Ya antes de este gran evento hubo una fecha considerada por muchos “el día que se inventó la salsa”. Fue el 26 de agosto de 1971 en el Cheetah de Nueva York, ante cuatro mil personas. Poco después, la relación entre la salsa y el rock volvía a quedar evidente, cuando Larry Harlow publicó su ópera salsa ‘Hommy’, en 1972, un disco que contaba la historia de un niño ciego, sordo y mudo pero con un increíble talento para la percusión. Una respuesta evidente a ‘Tommy’, la ópera rock de The Who de 1969. En agosto de 1973 reunieron a 45.000 personas en el Yankee Stadium. “Este concierto revolucionará el negocio de la música como lo hicieron los Beatles a comienzos de los sesenta y Woodstock en 1969”, había dicho Masucci, anticipando el éxito. Y siguieron rompiendo récords. Ese mismo año volaron a Puerto Rico para tocar en San Juan. En 1976 grabaron por primera vez en estudio. El disco ‘Tribute to Tito Rodríguez’ es también el debut de Rubén Blades con la banda. Luego llegaron a Londres, París, Barcelona, Tokio y Yokohama. En 1977 fue el célebre concierto en el Madison Square Garden junto a Ismael Rivera, Maelo.
Con la llegada de los ochenta llegó una época de declive, menos grabaciones, menos conciertos y algunas renuncias en el camino por distintas inconformidades y problemas con las regalías. Aunque en 1994 celebraron los 30 años de la disquera y el 2011 llegaron a Lima por primera vez, el mundo que alguna vez quisieron cambiar había cambiado también. Felizmente, antes de eso, Héctor Lavoe, Rubén Blades, Willie Colón, Richie Ray, Bobby Cruz, Eddie Palmieri o Cheo Feliciano habían dejado grandes momentos en Perú.
El invaluable aporte de Johnny Pacheco
Los periodistas Eduardo Livia y Omar Córdova coinciden en que Johnny Pacheco –hoy retirado a sus 83 años– fue el hombre que convirtió la salsa en un escenario con un lenguaje particular y universal, que produjo una suerte de esperanto instrumental, gracias al cual se entendían, a la perfección, las congas, los timbales, los trombones, las trompetas, la flauta, el piano eléctrico, el bajo, el cuatro puertorriqueño, la guitarra o los bongós, como si hablaran todos el mismo idioma, como si entre las notas, gestos silenciosos de complicidad, quedaran claros para todos con un mismo objetivo.
Por RICARDO HINOJOSA LIZÁRRAGA
EL COMERCIO (Perú) - GDA
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